LA LENGUA…MATA?
He pasado estos días pensando acerca de cuantas reacciones puede provocar el pronunciar una frase, una palabra, que deje mucho que desear de nuestras actitudes; al leer en un apartador de libros “un caballero se avergüenza de que sus palabras sean mejores que sus hechos” escrita por Cervantes, no dudé en escribirla al calce de mi formato para enviar mis correos electrónicos, pensé que era una manera de hacer reflexionar a mi destinatario por un momento si éste se tuviera la molestia de leerlo al recibir una nota mía, sea de trabajo o personal.
Más no quiero desviarme del tema que deseo tratar, las palabras que escuchamos, las que decimos cada día, tienen sin duda, un efecto, tal vez inconscientemente hemos ofendido a alguien, pero también seguro que habremos confortado en su momento; por la lengua se han producido guerras o desastres en la historia y más grandes que el que pueda provocar una bomba atómica en el pasado (vaya, actualmente nuclear tal vez) , y no es cuestión de irse a tales extremos, tan simple como el consentir un chisme infundado, la calumnia, mentir bajo protesta de decir verdad ante una Autoridad, decir una “mentira blanca” para salir del paso, faltar a nuestra palabra poniendo en entredicho por siempre nuestra credibilidad.
Ser honestos al expresarnos, costará mucho trabajo? Digo, expresar lo que sentimos con las palabras adecuadas, de acuerdo a nuestra manera de pensar y con la sutileza necesaria para no ser hirientes (sin que herir sea el propósito por supuesto), será posible?
Vivimos en una sociedad que si bien es cierto, cuida de decir lo que realmente piensa, más es realmente esta acción lo que provoca que nuestra lengua sea quien muchas veces mate las ilusiones de otro y las propias.
Hagamos el propósito de no avergonzarnos de nuestra lengua, y de no ser el conducto o instrumento que afecte a terceros, que no sea usada como vana lisonjera, ni presta para propagar el veneno que mata el alma y la conciencia, ni portadora del cáncer del mal consejo.
A veces la honestidad de la lengua y la palabra usada podrá parecer dura, pero no producirá la herida profunda que haga agonizar lentamente nuestra vasta vida y de quien nos escuche, para tener el valor de continuar.
Por mi lengua tal vez he llegado a perder a seres valiosos en mi vida sin intención de ello, de lo que me duelo profundamente; en su oportunidad he pedido “perdón”, e inevitablemente he dicho la palabra “adiós”.
Ruth Martínez Meráz.****
He pasado estos días pensando acerca de cuantas reacciones puede provocar el pronunciar una frase, una palabra, que deje mucho que desear de nuestras actitudes; al leer en un apartador de libros “un caballero se avergüenza de que sus palabras sean mejores que sus hechos” escrita por Cervantes, no dudé en escribirla al calce de mi formato para enviar mis correos electrónicos, pensé que era una manera de hacer reflexionar a mi destinatario por un momento si éste se tuviera la molestia de leerlo al recibir una nota mía, sea de trabajo o personal.
Más no quiero desviarme del tema que deseo tratar, las palabras que escuchamos, las que decimos cada día, tienen sin duda, un efecto, tal vez inconscientemente hemos ofendido a alguien, pero también seguro que habremos confortado en su momento; por la lengua se han producido guerras o desastres en la historia y más grandes que el que pueda provocar una bomba atómica en el pasado (vaya, actualmente nuclear tal vez) , y no es cuestión de irse a tales extremos, tan simple como el consentir un chisme infundado, la calumnia, mentir bajo protesta de decir verdad ante una Autoridad, decir una “mentira blanca” para salir del paso, faltar a nuestra palabra poniendo en entredicho por siempre nuestra credibilidad.
Ser honestos al expresarnos, costará mucho trabajo? Digo, expresar lo que sentimos con las palabras adecuadas, de acuerdo a nuestra manera de pensar y con la sutileza necesaria para no ser hirientes (sin que herir sea el propósito por supuesto), será posible?
Vivimos en una sociedad que si bien es cierto, cuida de decir lo que realmente piensa, más es realmente esta acción lo que provoca que nuestra lengua sea quien muchas veces mate las ilusiones de otro y las propias.
Hagamos el propósito de no avergonzarnos de nuestra lengua, y de no ser el conducto o instrumento que afecte a terceros, que no sea usada como vana lisonjera, ni presta para propagar el veneno que mata el alma y la conciencia, ni portadora del cáncer del mal consejo.
A veces la honestidad de la lengua y la palabra usada podrá parecer dura, pero no producirá la herida profunda que haga agonizar lentamente nuestra vasta vida y de quien nos escuche, para tener el valor de continuar.
Por mi lengua tal vez he llegado a perder a seres valiosos en mi vida sin intención de ello, de lo que me duelo profundamente; en su oportunidad he pedido “perdón”, e inevitablemente he dicho la palabra “adiós”.
Ruth Martínez Meráz.****
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