29.4.20

Rudy



Me llamo Rodolfo, apenas tengo seis años y no consigo leer como la mayoría de mis compañeros, me siento tonto, la maestra dice que no me preocupe, pero en casa mi papá siempre termina diciendo que cómo no soy como mi hermano Lalo, que él a mi edad ya hasta sabía escribir muy bien su nombre completo. Me da coraje. No se da cuenta que yo le echo muchas ganas. Si mi mami viviera, seguro me entendería. Veo cómo la mamá de Roxana mi vecina le habla con mucho amor, hasta conmigo es amorosa – o tal vez le doy lástima – porque cuando me ve sentado solo, en el escalón de la entrada de mi casa, siempre me saluda amable: “¡Hola Rudy!”, y hasta me ofrece algo de comer. Ella sabe que mi papá llega tarde de su trabajo, y nosotros, mientras lo esperamos, comemos algo frío que se halle en el refrigerador. Lalo tiene doce años, ni caso me hace. El otro día, se me encajó un pedacito de madera de la escoba, quería barrer las boronas de mi mazapán antes que papá llegara de trabajar y me regañara, “en la sala no se come”, siempre dice lo mismo. Hoy llegué contento de clases, mi maestra puso muchos sellitos de “buen trabajo” en mis cuadernos, alcancé a terminar todos los ejercicios, se los mostraré a papá, le dará mucho gusto. Esta vez papá llegó tarde, me imagino porque me quedé dormido. Desperté y todo está silencio, no tengo idea qué hora es. Voy a la cocina por un vaso de leche, mis tripas me gruñen. Papá me sorprende de regreso. Me asusto. Su cara se ve adormilada, se acerca a mí, me abraza. “Estoy muy orgulloso de ti”, dice mientras me carga. “Revisé tus cuadernos, has trabajado duro en la escuela”, sigue hablando. Me lleva a mi cama, me ayuda a cobijarme y me mira fijamente a los ojos, se le ven enrojecidos ya – será por el sueño - pienso. “Te pido perdón Rudy”. Hace mucho que no lo escuchaba decirme así, con cariño. “No debí compararte nunca con tu hermano”, continúa. “Tal vez no comprendas lo que te digo, pero tu mamá me sigue haciendo falta, nos sigue haciendo falta. Deseo ser el mejor padre para ti y Lalo”, se le corta la voz. Yo lo tomo de las manos, le digo que lo amo. Me ve pequeño, pero sé cómo le hace falta mi mamá, porque yo me siento igual. 



© Ruth Martínez Meraz

25.4.20

Sabotaje



Mis palabras se restriegan

contra sí mismas,

se acomodan contra mi voluntad

en una estrofa.

Sabotean mis pensamientos,

se rebelan,

acuñan un aguijón en mi pecho.

Me vacían el corazón.

Las palabras hoy conspiran entre mis manos,



altaneras, 


escriben un verso que habla de nosotros, 

los desunidos.

©️ Ruth Martínez Meraz

En la marquesina de tus palabras



Te vi regresar tras recorrer la calle, tropezar frente al teatro, fue mi anhelo cuando vi la marquesina. Quise regresar el calendario, descubrir de ti lo que aún faltaba por amarte. Caminé hacia aquel primer instante, me pareció escuchar tu voz, saborear el invierno al estrechar tu mano. Se agitaron mis latidos con solo leerte en un mensaje. Confirmé que el olvido no existe, cuando te marcan el corazón. Me había aferrado a dejarte a tu suerte en un poema, me obligué a guardar silencio, reducir tu nombre a un simple contacto en mi celular. Hoy te vi deambular por esta calle, contemplar desde lejos la puesta en escena de dos destinos inciertos, un hombre y una mujer, que se niegan el olvido.


©️ Ruth Martínez Meraz