28.1.24

Los tulipanes

 La pude observar por tanto tiempo que no imaginaba la influencia que tenía en mí el admirarla cada día, la sencillez con que vivíamos y la sabiduría que rodeaban sus actos me resultan hoy y entonces (aunque no lo percibía del todo), un acto de amor puro; tanto trajinar diario, sin escucharla haberse quejado por un instante, abnegada, sin nunca victimarse, amaba ser ella, tan transparente, resuelta, enérgica, más con un ánimo siempre dulce, así como suelen ser las mamás (sí, lo sé, hay sus excepciones), pero mi madre parecía incansable, tenía tiempo para todo; me llevó tiempo comprender cómo podía darse a sí misma entre todos sus hijos a través de sus actos plenos de cariño; tener las conversaciones de tarde bajo el árbol de mango, donde el café adornaba el aroma de las palabras en nuestros labios, verla sonreír, a veces carcajearse por alguna tontería que nos escuchaba decir, recuerdo la entrada a casa, verla disfrutar la compañía de sus rosales, tulipanes, y otras plantas más; ahora la veo en mis intentos por mantener el jardín de mi casa, entiendo el oasis de paz que encuentras entre las flores y la belleza de las hojas que caen y reverdecen, olvidas el tiempo, te pierdes en los trazos que dan forma y hacen peculiar a cada planta; ahí la sigo viendo, y la tengo conmigo todo el tiempo, mi madre que parece ausente unos días, me recuerda que nunca se ha ido porque insiste que sigue viviendo dentro de mí. 

Mami, el tulipán sigue floreciendo, aún en invierno.


©️Ruth Martínez Meraz