12.5.20

Un respiro



«Te dije  que era inmenso Elías, aquí te puedes perder entre sus formas, quisiera mecerme entre ellas, o tal vez sólo sentir el algodón de su cuerpo contra mi piel». « ¡Estás loco Damasito!», contestaba Elías burlón. Aunque hermanos, eran tan distintos. « ¡Mira aquella!, parece un hombre de nieve en pleno verano, ¡Qué gusto, sin tener que pasar fríos! », parecía Damasito hablar solo. Elías seguía con la mirada fija. Era tan indiferente cuando se lo proponía. Casi caía la tarde, habían pasado aquel lunes de campo y en plena cuarentena en aquel lugar despejado, lejos del bullicioso, el fastidio del encierro. Saboreaban un rico elote. « ¿Por qué te gustan esas cosas Damasito? », dijo Elías señalando el cielo. «Yo no veo nada». Se recostaban otra vez en la hierba. «Te falta imaginación», contestó distraído Damasito; absorto dibujaba con sus dedos una imagen en el aire. Lizeth llegó para interrumpirlos. «Haber hermanitos, ya vayamos acercando sus bicis a la camioneta, dijo mamá que nos demos prisa, viene lluvia en camino». Elías de inmediato, tomó su bicicleta, decía que ya estaba cansado, sin dejar de reírse de Damasito, «¡Sigue bobo mirando el cielo! », reía.  Al otro ni le importaba. Lizeth regresó por él. «Ya deja de mirar, ¿ves cómo las nubes están cambiando de color?, pues nos va a alcanzar el agua, vente», lo jaloneó. «Son mágicas, ¿verdad Lizeth?», apuntaba con la vista mientras caminaban y su mamá ya se miraba desesperada. «Te parece? », dijo Lizeth sin aflojar el paso. «Si, lo son para mí. Me han regalado una tarde, imaginándome entre sus formas, me olvidé de los videojuegos, que ni entiendo a veces, nos protegieron del sol mientras jugábamos con las bicicletas, pude quitarme a Elías buen tiempo de encima, siempre está molestándome», sonreía. «Cierto, ¿cómo no lo había pensado así?, rió Lizeth, hasta me dejaron platicar a gusto con mamá». Ambos estallaron en una sonora carcajada. «¿Qué pasó? ¿De qué se ríen?», dijo Elías. Damasito iba apenas a explicarle, cuando sintió que Lizeth lo agarraba del brazo.  «¡No, ni lo va a entender!, deja que se tome su biberón». Elías ya se estaba dormitando en brazos de mamá; mientras, su papá silbaba contento.

© Ruth Martínez Meraz

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