«Te
dije que era inmenso Elías, aquí te
puedes perder entre sus formas, quisiera mecerme entre ellas, o tal vez sólo
sentir el algodón de su cuerpo contra mi piel». « ¡Estás loco Damasito!», contestaba Elías burlón. Aunque hermanos, eran tan distintos. « ¡Mira aquella!, parece un hombre de nieve en
pleno verano, ¡Qué gusto, sin tener que pasar fríos! », parecía Damasito hablar solo. Elías seguía con la mirada
fija. Era tan indiferente cuando se lo proponía. Casi caía la tarde, habían
pasado aquel lunes de campo y en plena cuarentena en aquel lugar despejado,
lejos del bullicioso, el fastidio del encierro. Saboreaban un rico elote. « ¿Por
qué te gustan esas cosas Damasito? »,
dijo Elías señalando el cielo. «Yo no veo nada». Se recostaban otra vez en la
hierba. «Te falta imaginación», contestó distraído Damasito; absorto dibujaba
con sus dedos una imagen en el aire. Lizeth llegó para interrumpirlos. «Haber
hermanitos, ya vayamos acercando sus bicis a la camioneta, dijo mamá que nos
demos prisa, viene lluvia en camino». Elías de inmediato, tomó su bicicleta,
decía que ya estaba cansado, sin dejar de reírse de Damasito, «¡Sigue bobo
mirando el cielo! », reía. Al otro ni le
importaba. Lizeth regresó por él. «Ya deja de mirar, ¿ves cómo las nubes están
cambiando de color?, pues nos va a alcanzar el agua, vente», lo jaloneó. «Son
mágicas, ¿verdad Lizeth?», apuntaba con la vista mientras caminaban y su mamá
ya se miraba desesperada. «Te parece? », dijo Lizeth sin aflojar el paso. «Si,
lo son para mí. Me han regalado una tarde, imaginándome entre sus formas, me
olvidé de los videojuegos, que ni entiendo a veces, nos protegieron del sol
mientras jugábamos con las bicicletas, pude quitarme a Elías buen tiempo de
encima, siempre está molestándome», sonreía. «Cierto, ¿cómo no lo había pensado
así?, rió Lizeth, hasta me dejaron platicar a gusto con mamá». Ambos estallaron
en una sonora carcajada. «¿Qué
pasó? ¿De qué se ríen?», dijo Elías. Damasito iba apenas a explicarle, cuando
sintió que Lizeth lo agarraba del brazo. «¡No, ni lo va a entender!, deja que se tome
su biberón». Elías ya se estaba dormitando en brazos de mamá; mientras, su papá
silbaba contento.
©
Ruth Martínez Meraz
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