19.7.17

En memoria del mirlo...

“…Dicen que en memoria del mirlo
la arena trama un injerto de agua…”

Alberto Davila Vazquez

Era yo un mirlo que escapaba del asfalto,  de la emisión de gases en sus bocas; gozaban devorarme el canto en mi pecho, ahogaban mi voz con lluvia de cenizas, quemaban el tuétano de mis huesos. El vaho de los árboles empañaba mi vista, yacían tuertos los ruiseñores, ya no envidiaban el sonido de mis melodías al amanecer. Las margaritas rehuían mis caricias en el ocaso del día. Afligido, en el desahucio de quien inevitable el final le acosa, rogué por una esperanza al creador de mi historia. Era la burla de las aves de rapiña. ¿Qué era de aquel lugar donde me enseñoreaba? El sarcasmo invernaba en los corazones que despedazaron mi ser. La utopía que me acogía con lenguas dulces, escupían veneno, desplumaron mis alas. Sin embargo, aún existía. Palpitaba el coraje dentro de mí; abandoné mi orgullo en el viento. Entoné con el corazón mi arrepentimiento, despojé de banalidades mis pensamientos.  En el aspaviento del horizonte, vislumbré un arcoíris, señal de la renovación del pacto. Ahí tuve un encuentro conmigo: Surgió un Ave Fénix.


© Ruth Martínez Meráz. *** (Texto e imagen)

11.7.17

Homero y Margarita

Solo quería rescatarlo. Era motivo de su vigilia. Cada noche le robaba las ligas de sus sueños, le dejaba las muñecas marcadas con pensamientos. Apenas respiraba y exhalaba orugas que nunca mutaban en mariposas. Decidió aventurarse en recorrer los muros de su mente, sabía que era un riesgo perderse entre sus laberintos. Valía la pena luchar por él. No importaba cuan tergiversada fuera la relación entre ellos. No más nubes grises,  no más inviernos en primaveras, ni silencios anidados en su pecho. Escuchó el sollozo de sus manos, resignados a escribir el fin de su historia, tapó la boca de sus dedos, los ampolló de manera que fuera imposible tomar una pluma. Habló con la luna esa noche, solo pidió que la acompañara aquella estrella que guardaba aún sus nombres. Fue en su busca, ahí estaba él, se hallaba en un sueño profundo, un tanto inquieto. Del cielo cayeron unas luciérnagas  sobre Margarita, cubriéndola de tal manera que la difuminaron como tamo, se esparció en el viento penetrando la piel de Homero. De éste, solo se escuchó un breve quejido, ya estaba en su interior. Ella pudo viajar por cada sensación de su cuerpo, en la calidez de su sangre permanecían los versos que mantenían latiendo su corazón. Por momentos, aquellas moléculas embravecían, eran los resentimientos, circulaban por las venas. A pesar de ello, Margarita no deseaba quedarse en el intento. Cautelosa, se acercó al inicio de aquel laberinto, parecía multiplicarse conforme avanzaba. Unas paredes estaban decoradas con el nacimiento de las margaritas, iluminaban ese pasadizo casi cegándola. Otras estaban cubiertas por enredaderas, parecían madreselvas al acecho, casi podía sentir que devoraban su  imagen, vio como caían pedazos de sus recuerdos, marchitados, ajados. Topó con la indiferencia, el ambiente era helado, se le congelaban los ánimos, le oprimían el alma, se ahogaba en los reproches que emergían de la nada. Tocó la nobleza que se hallaba arrinconada, le suplicó con humildad le ayudara a encontrar una oportunidad.  Caminaron a tientas, en esa parte ya todo era penumbra. Margarita desfallecía cuando la voluntad la animó a seguir.  El amor se hallaba atado seguro al otro extremo, porque se escuchaba susurrar, decía que el orgullo tenía secuestrado al perdón en el sótano del corazón. Margarita, oportunidad y voluntad tomaron un respiro, decididos avanzaron hacia el sótano que les indicó el sentimiento supremo. Estaba aquel corazón endurecido por los momentos amargos, malos entendidos, rasguños de malos ratos que ya la memoria había bloqueado, sin embargo, las cicatrices  insistían ventilarse, les daba igual herir a Homero. Margarita observó compasiva al orgullo que no paraba de parlotear con saña. ¿Cómo podía ser tan cruel?. A pesar de cuanto escuchaba el perdón le sostenía la mirada con ternura. Margarita ahora entendía todo acerca de Homero. No se atrevería a juzgarle más. Sagazmente la Oportunidad se acomodó a espaldas del Orgullo sin que éste se diera cuenta, mientras, Margarita y la Voluntad a una vez lo cubrían con la manta de la docilidad. El Orgullo se petrificó enseguida, en su impulso por ayudar el Perdón abrazó el cuerpo sólido del Orgullo, desmoronándose a su contacto. El corazón de Homero comenzó a palpitar con fuerza, corrieron por todos aquellos pasadizos, uno a uno de los corredizos iba transformándose, reverdecían donde se hallaban los jardines, los recuerdos felices se reconstruían en los muros, el aroma a tranquilidad se esparcía, les acariciaba con paz. Estaba por amanecer. Margarita percibía como era fragmentada en átomos multicolores, lanzada fuera del cuerpo de Homero. El miedo se había escapado de su ser. Regresó acompañada por la misma estrella. El halo de Luna iba desapareciendo. El sol comenzaba a asomarse, discreto no cuestionó nada, aunque estaba enterado de todo. Nada de lo que pasaba en la Tierra le era desconocido. Margarita permaneció bajo el Encino, donde solía mantener largas conversaciones con Homero, era un lugar emblemático, era el origen de sus sentimientos. Lloraba de alegría, con todo su amor había logrado vencer los laberintos que habían ido distanciándola de Homero. Las ampollas en sus dedos habían sanado, éstas hablaban sobre escribir tal aventura. Ella las calló. Lo que se hace por amor se guarda en el alma. Homero era ya un ser libre de ataduras. No había sensación tan intensa como ver florecer la vida en derredor de ellos. Vio una crisálida abrirse, del hilo de oro guardado en su interior se escapaba una mariposa dorada, la vio como ésta paseaba de margarita en margarita, de girasol en girasol,  y cuando bajaban los pajarillos  a alimentarse, éstos cantaban la historia de amor entre Homero y Margarita, y de cómo habían sido destruidos los laberintos que les separaran alguna vez, leyenda que fue pasando de flor en flor. No se supo si permanecieron juntos toda la vida, pero sí que se amaron como pocos tienen la fortuna de encontrar y descubrir el paraíso en una sola persona.

© Ruth Martínez Meráz 

8.7.17

Sin nosotros


Cuando recuerdes mi nombre
 deja caer las estrellas sobre mi casa 
habita en el  murmullo del viento
que sople nuestras memorias
para atraparlas  en mis versos.

Maldice si quieres los días
- laméntate -
 poniendo una nube sobre el sol
estanca tu orgullo en el verano
escribe sobre el hielo las pérdidas
siembra una margarita que nunca muera.

Pasa tus manos sobre el rostro
recorre los surcos donde posé mis dedos
palpa las caricias que te cobijaron
en el frío crudo del invierno.

Si percibes el aroma de los ayeres
sobre tus sábanas
remarca las tres palabras
grabadas sobre tu pecho
no me encuentro tan lejos.

Si no olvidas mi nombre
medita cuánto vivimos
nunca una historia a medias
creamos nuestro propio paraíso.

Plasma en un lienzo  nuestro cuento
traza a detalle lo que hemos sido
nosotros los desunidos
perdidos en la coincidencia
de una melodía
tú aquí y yo allá contigo.

© Ruth Martínez Meráz 



7.7.17

Egoísmo



Te posas en las manos de la luna, alzas la mirada con el dominio de un dios, descargas la tormenta sobre la inocencia, hay sequía en tu corazón. La vida se halla desahuciada,  extingues a voluntad el suspiro de la libertad. ¿Quién nos librará de tus cadenas?.  El canto de los mirlos entristece, los árboles se ahogan, ya no danzan las gacelas. Aún el desierto no es refugio, veo caer las estrellas. La sonrisa es un sueño, quimera de los no nacidos. El llanto de la estéril no te conmueve, mueren las luciérnagas. Navegas con ídolos de acero, entre mares que contaminan las conciencias. El horizonte se pierde en la profundidad de tu garganta,  eres paraíso de ácida fragancia. La tierra prometida  es solo una utopía.



© Ruth Martínez Meráz.

2.7.17

El ruiseñor



Se escondía en el bisel de mis manos, jugaba en un vaivén de palabras, tejía una telaraña, necesitaba aprisionar al hombre de mil voces. Tecleaba un sueño de tintes agridulces con el aroma de un soneto sabor a miel. Pasaba horas desplegando sus dedos en mis palmas, marcaba la estrategia ideal que su víctima no podría resistir. Venía a mi cada noche, torturaba mi mente sin descanso, susurraba a mis oídos las oraciones que palpitaban entre mis sienes, aceleraban mi corazón, excitaban mi mente, lo que me obligaba a escribir con frenesí hasta alcanzarme el alba. La negritud de mis ojos frente al espejo reflejaba su rostro. Seguía ocultándose en las pupilas; me sonrío. Estaba dominando mi voluntad: Yo también deseaba cazar al hombre de mil voces.  Casi terminaba aquellas líneas que se extendían exquisitamente sobre la piel blanca del alcanforero, precisaba hechizarlo con su esencia; cuando el hombre de mil voces tocó a mi puerta. No era relevante el final de mi argumento sobre aquel escrito. Así que apuré el paso para hacer entrar a mi presa. Ahí frente a mí, con ese aire celestial, estaba éste, se le escapaba un arrullo de entre sus labios, enrojecía apenado. Le hice pasar hasta la intimidad de mi sala, le indiqué sentarse mientras regresaba con la composición preparada para él. Tomé aquellas páginas con la euforia de una niña que va a recibir el regalo más preciado, disimulando mi emoción se las entregué y comenzó a leer. Le ofrecí una taza de té que no se negó aceptar. Pensé que repasaría aquellas líneas en silencio, por si acaso, la bebida haría su efecto.  Cursaron suficiente las manecillas del reloj frente a nosotros, cuando surgió su metamorfosis,  primero su voz mutaba en diversos matices, semejante a una melodía de colores tornasol, después su cuerpo se multiplicó en una complejidad de aves. Desde entonces,  un ruiseñor canta en el borde de mi ventana.


© Ruth Martínez Meráz (Texto e imagen)

Renuevo




Hay espacios en el cuerpo que se llenan con girasoles. No cubren vacíos que ahogan el alma, pues quien muerto se halla no le revive ni la miel de las abejas. Son esferas  sin brillo, opacadas por las ventiscas que atizan el corazón, donde el girasol se anida y canta una melodía que borra las cicatrices.  Se desborda un bálsamo entre las venas, fluyen  peces bermellones, se acogen las constelaciones en los pensamientos, renace la vida en una margarita.

© Ruth Martínez Meráz (Texto e imagen)