3.12.10

Perdido


Juan Carlos sorbía su café, eran las 8:30 a.m., se encontraba en la cafetería de la maquiladora donde trabajaba, absorto ignoraba el transcurso de la manecilla de su reloj, lo único en lo que podía pensar era cómo salir de sus apuros económicos, la crisis le había alcanzado, a él, “vaya!” – pensaba- un Gerente de Producción, con varias maestrías en su curriculum, todo un Ingeniero en su área, y se encontraba al borde del colapso económico; su mal lo atañía a su despilfarradora esposa Ángeles, una docente jubilada, con aires de aristócrata tercermundista decía él, pero en qué momento he llegado a pensar así de mi mujer?, ella, mi propia carne (según la iglesia), y amada esposa escogida para el resto de mis días, qué pasó con el encanto de la relación?, tal vez como en muchos de los casos, el materialismo les había ganado, no todo era culpa de ella, pues ésta solía reprocharle su adicción al trabajo y el descuido que como esposo y padre le debía a la familia. Una palmadita en la espalda lo sacó de su letargo, era Vanessa, su compañera de trabajo y recientemente sin saber por qué, su confidente. Vanessa lucía esplendorosa, por más discreto que su atuendo de oficina parecía, dejaba ver su bien formado físico, joven, esbelta, alta, con unos grandes ojos azabaches y un cabello perfectamente bien cuidado, pero en qué se estaba fijando él ahora?, omitió esos repentinos pensamientos, hasta entonces inquietantes para él. “-Disculpa que te moleste amigo, pero acaban de mandarnos un correo electrónico avisando de una junta en 10 minutos, y vine a avisarte de inmediato”-Juan Carlos, asintiendo sólo con una sonrisa, se retiró de la mesa y le siguió. –“Todo bien?”- le interrogó Vanessa, - Si, claro – le contestó él, - ya sabes la presión que traigo-.

Pasó el día sin más, Juan Carlos recibió una llamada de su esposa, encargándole ciertas cosas, propias del hogar, además de hostigarle con la constante de el por qué Vanessa se tomaba la atribución de contestar a veces su extensión, una escena de celos se dejaba venir…- por Dios-, se decía él, -si fuera verdad, sería el hombre más dichoso de la oficina-, ya que Vanessa era pretendida por sus compañeros y sólo él era el hombre agraciado en contar con su constante compañía; no sabía por qué, pero se sentía halagado de tener una chica joven a su lado, bueno, no se sentía tan mayor, pero en comparación a Vane, así se refería a ella, la edad sí se notaba.

Camino a casa, mientras manejaba, se imaginó a Vanessa, qué pasaría si tuviera una aventura con ella?, se prestaría a tal situación?, sacó un cigarrillo y prefirió volver a pensar en una solución para aquella preocupación que le aquejaba, cómo diablos iba a salir de sus deudas, pendejo! – Pensó para sí – muy apenas tengo para salir de mis broncas financieras, mantener una esposa e hijos, como para pensar en una relación prohibida, esos son sueños guajiros. Era viernes, lo había olvidado, le esperaba un fin de semana en el cual sólo deseaba se presentara una oportunidad de un buen negocio, de esos extras que le salían de la relación con sus proveedores, y que en la mayoría de los casos le habían generado muy buenas entradas de dinero, el que en otro tiempo malgastara en caprichos familiares, de lo cual ahora se lamentaba, pues habían traído como consecuencia una esposa mal acostumbrada y unos hijos que pretendían tener un status social al cual en verdad, no pertenecían. Llegó el lunes, más feliz no podía estar, había tenido un evento informal con un proveedor, la clásica carne asada, reunión bohemia, y un muy buen trato, del cual le habían adelantado una buena cantidad, como para salir del apuro en que estaba. Revisó su agenda, todo se venía optimista, que otra cosa podía desear?...ah sí! Sólo una: Vanessa. Procurando no ser tan obvio, la abordó durante la comida, solían ir a la misma hora a la cafetería, no les daba mucho tiempo para salir fuera, se acercó a su mesa y le preguntó si podía sentarse con ella, a lo que asintió. La conversación giró en torno al trabajo como solía ser regularmente y una que otra confidencia personal, por lo que el trato entre ellos, sin saberlo se había hecho más íntimo, por lo cual él la consideraba su amiga, no supo en qué momento, pero la invitó a salir a cenar, ella un poco sorprendida aceptó, después se preguntaba por qué lo había hecho, pero ya había dado su palabra y no quería verse como una boba desconfiada de su amigo de trabajo, a sabiendas que eso le podría provocar un mal entendido por el compromiso familiar que Juan Carlos tenía y ella no deseaba andar en boca de nadie. Fue esa misma noche, habían quedado de verse en un Restaurante familiar que ambos en sus pláticas habían coincidido les gustaba, ella como solía hacerlo llevaba un vestido discreto color marrón, y su cabello suelto y lacio resaltaba en su piel blanca. La plática resultó amena, aún más del tiempo que pasaban en la oficina juntos, transcurrió la velada y sólo el aviso del encargado del cierre del lugar les obligó a retirarse, y una cordial despedida se hizo eminente, sólo que inconscientemente un efusivo beso en la mejilla, hizo sonrojarse a Vanessa, tratando de no darle importancia, abordó cada quien su auto. Pasaron los días, todo parecía normal entre ellos, la misma rutina de trabajo, alguno que otro comentario personal, lo que comenzaron a notar sus compañeros, se habían vuelto inseparables. Uno de esos días Néstor, un compañero de ambos, se atrevió a mandarle un correo electrónico a Juan Carlos, haciéndole hincapié que tuviera cuidado con esa amistad con Vanessa, ya que estaba dando qué hablar; Juan Carlos sólo pensó – metiche envidioso-. Las salidas con Vanessa continuaron, haciéndose más frecuentes, y una de esas tantas, pasó lo que tanto ansiaba, al despedirse en el estacionamiento del Restaurante donde se encontraban, un beso apasionado se dejó venir, no se controló, ya lo había evitado muchas veces, y era correspondido, cómo perder esa oportunidad? Sin más comentarios, abordaron un solo auto rumbo a un hotel fuera de la ciudad, rentaron una suite, debido a la ocasión, no quiso ser “naco” como solía decir él, y pasaron el tiempo en aquella alcoba de cinco estrellas, donde redescubrió la pasión hasta entonces olvidada, se sintió joven, vigoroso, un hombre nuevo otra vez, no promesas, sólo murmullos, sólo una piel lozana que amar, no pensar, no había tiempo para ello; en el desgaste del momento se quedó dormido, despertó con la alarma de su celular, había amanecido, viró su cuerpo Vanessa no estaba. Apresuró en darse un baño, se vistió y salió, aún le quedaba tiempo para llegar a su casa, y presenciar una escena de celos que ya imaginaba en el trayecto, pero – carajo! – había valido la pena, sólo algo le asustaba: se sentía enamorado. Después de haberse cambiado, salió de prisa rumbo a la oficina, quería ver a Vanessa y olvidarse de su monótona vida, se acomodó en su cubículo y le marcó a su extensión, no obtuvo respuesta; esperó a la comida y ella aludió seguir ocupada con sus pendientes, se preguntaba si lo estaría esquivando, regresó a su escritorio, un sobre papel manila estaba sobre el teclado de la computadora, lo abrió, era una serie de fotos, sus ojos se desorbitaron, había una pareja en la intimidad, eran ellos! – Vane y él -, además había un sobre tamaño oficio cerrado, lo rompió sin tacto para abrirlo, un análisis clínico positivo para VIH, SIDA!, con unas líneas adicionales que rezaban: “El placer prohibido tiene sus consecuencias, y eres tan estúpido que la calentura menguó tu razonamiento, deposítame $3,000.00 Dólares mensuales a la siguiente cuenta bancaria, estás jodido!. Vanessa”.

Ruth Martínez Meráz

No hay comentarios:

Publicar un comentario