25.7.13

La cruda verdad


Cualquiera hubiera pensado que Irene estaba leyendo atentamente el muro de su cuenta de Facebook, en particular su “estado” que decía: “Soy muy feliz!” –una carita sonriente acompañaba la frase; cabe mencionar, que en ese rato se encontraba sola en su casa, de esas pocas veces que uno tiene tiempo para disfrutar el silencio, tenía dos hijos, quienes se encontraban en sus respectivas escuelas a esa hora, y su marido Gabriel, le restaban 60 minutos para que llegara a casa para el tiempo de la comida, lo que le daba seguridad al momento, ya que él era quien tenía el dominio de su cuenta en ese espacio de red social; sí, esa era la realidad, Irene apenas si sabía cómo usar una laptop, y no es que fuera una inútil, sólo que las modernidades de la tecnología no le eran familiares del todo, y apenas tenía poco de haber descubierto el password de su cuenta, fue en una ocasión cuando Gabriel le había estado enseñando las fotos que había subido de una salida reciente a desayunar con sus hijos, había estudiado atentamente el movimiento de los dedos de su marido y rogado a Dios memorizarlos, se sentía tan vulnerable, tan débil, cómo llegó a caer en esa situación, se preguntaba una y otra vez, su mirada se perdía entre las letras en la pantalla del ordenador y las fotos que remiraba – vivía una mentira -. Absorta en sus pensamientos, lágrimas corrían por sus mejillas, su matrimonio era un teatro bien armado, lo peor era que sus hijos lo ignoraban – así le parecía, jamás le cuestionaban al respecto, o se hacían de la vista gorda? -; Irene era una mujer bonita por naturaleza, la madurez de su edad -41 años- no le hacía mella, al contrario, le habían sentado los años, desde que se había casado con Gabriel, éste ya no le permitió trabajar, cuando novios, nunca reflejó ser un machista, pero el amor es ciego – tarde se dio cuenta -, cuál era el propósito de tener una cuenta en Facebook?, que pareciera ser que podía disponer de tiempo para comunicarse con sus conocidos y familiares fuera de su entorno?, publicar lo que le convenía Gabriel?, o que Gabriel indagara quién o qué tipo de personas estaban interesadas en comunicarse con Irene?, ella aún no lo comprendía; lo único que podía sentir es que era una marioneta de su esposo, le controlaba la vida en todos los sentidos, ni siquiera podía tener su propio dinero ni gastar en lo que se le antojaba si él no lo autorizaba, estaba siempre a su merced y caprichos – cuándo acabaría su mentira? -. A pesar de no conocer mucho el manejo del navegador, vio el reloj justo a tiempo, 15 minutos antes de que llegara Gabriel, en pláticas con sus hijos, como mera curiosidad les preguntó cómo revisar el historial de los sitios visitados – era cuando pensaba que sus hijos hacían que no entendían su situación, con discreción le enseñaron a borrar la página visitada -, apenas si tuvo tiempo para alistar la mesa y precalentar la comida, cuando escuchó que la puerta principal giraba la perilla. Gabriel entró con su habitual gesto adusto, sin saludarla o besarla, se encaminó al comedor y le dijo imperante: “Sírveme la comida”, Irene se apresuró como siempre, solícita, era una esposa perfecta pensaba para sí Gabriel, la tenía tan bien dominada, qué más daba si la amaba o no, era la madre de sus hijos, la que él había escogido, de la cual se obsesionó hasta que se casó con ella, y estaba tan seguro de su amor, quien mejor para aguantarlo?, Irene con cierto tacto se aventuró a preguntarle: “Cómo vez amor?, hay una vacante de recepcionista en un hospital, me dejas trabajar?” – a Gabriel parecía que le habían recordado a su madre, dando un puñetazo sobre la mesa, le dijo terminante: Claro que no!, qué tienes en la cabeza?, no te falta nada, vives en una muy buena casa que yo te compré, tienes ropa de marca, maquillajes, perfumes, bolsas exclusivos, incluso muy a mi pesar te compré un iphone carísimo, obvio del cual controlo tus llamadas y mensajes no faltaba más, qué diablos necesitas?!, andar de vaga? Eso quieres?, sólo conseguirás descuidarnos, y mira, ya estás bastante grandecita de edad, no tienes sentido común?, para ese puesto sólo contratan jovencitas, no vez que es para servicio a clientes? Eres una ignorante! – ya Irene estaba rompiendo en llanto -, continuo Gabriel: “para variar te pones dramática, qué flojera me das!, te veo al rato, y espero que esas ideas estúpidas, se vayan de tu cabecita hueca” – salió -. Esa era la cruda verdad de su vida, la que no conocía nadie, mucho menos su familia, quien en cada reunión familiar halagaba la “suerte” que le había tocado al casarse con Gabriel, quien se encargaba en cada reunión representar ser el mejor esposo, padre, y por supuesto, yerno y cuñado; no se atrevía contarle a alguien más la existencia tan vacía que llevaba, su único consuelo y refugio eran sus hijos, por quienes la mantenían en esa cómoda casa, esa era la idea a la que ella quería aferrarse, la verdad tenía miedo, mucho miedo, nunca podría dar el gran paso, cuál? Atreverse a separarse de Gabriel, cuando ese pensamiento cruzaba por su mente, un sinfín de excusas se disparaban “cómo encontrar un trabajo?”, “a dónde se iría a vivir?”, “estarían sus hijos dispuestos a seguirla?”, vivía atormentada cada día más; por momentos se envalentonaba y creía poder desahogarse con una de sus hermanas, pero era cobarde, y retrocedía, callaba. Cuántas mujeres como Irene viven algo parecido?, viven entre el miedo y el conformismo, callan porque creen que nadie las escuchará y menos que se les apoyará, sufren de violencia sicológica y la pasan por desapercibido, pierden su esencia y persona, sufren de humillaciones y algunas terminan quitándose la vida, escapando a la oportunidad de atreverse a rehacer sus vidas de una manera digna, olvidándose del “qué dirán” porque es increíble que a estas fechas se hallen este tipo de prejuicios; la vida de Irene tiene un fin incierto, aún no adivino – ni quiero – el fin que tendrá, sólo espero que tome la mejor decisión, que encomiende a Dios su camino o en lo que le provea fe, esa que tanta falta le hace, escribo e imagino su sonrisa, lo bonita que se ve al verla sonreír, quedándome la duda siempre, si es real o no. Somos imagen y semejanza de Dios, seres divinos, creadas para ser compañeras del hombre, o en el mejor de los casos para vivir solas según el don que nos haya sido dado, nadie tiene derecho a vivir nuestra vida, nuestras experiencias; nuestros destinos tienen un propósito, ojalá sea cumplido en cada uno, conforme a la voluntad divina.

Ruth Martínez Meráz ***

No hay comentarios:

Publicar un comentario