19.6.17

El origen de nuestro arcoiris



Había desierto en tu mirada, eternas las noches sin  descubrir en su voz la melodía que te despertara del letargo. Era tu vida sin sentido, un camino sinuoso, de laberintos conduciendo al mismo corazón de la soledad, tu única compañera. Entonces, llegó la primavera, reverdeciendo tus jardines, los retoños de girasoles, margaritas y lirios rojos entre las veredas te hablaban que llegaría; sin embargo, una nube gris insistente, posaba sobre tu casa. Jamás habías conocido el arcoiris, ni el gozo del agua de lluvia sobre tu cuerpo, el aroma de las madreselvas sin nacer. El reloj avanzaba hacia el estío, la monotonía circundaba tu estancia. Haberlo vivido todo era ley en tu vida. Un día sin esperarlo, cayó una tormenta, te atrapó bajo el viejo roble, ese árbol tan olvidado como tú, ¿Qué más si no esperar?.  Fue entonces cuando al fin te encontré; entendí la complejidad de tu persona con solo contemplarte, aún sin pronunciar palabras. Me acerqué serena, impregnada del sabor a tierra mojada. Ahí en silencio, vimos cesar la lluvia, contemplamos juntos el nacimiento de un arcoiris. Volvimos sobre las mismas veredas hacia tu hogar. Conversamos por largo tiempo, la rigidez de tu entrecejo desapareció. Aprecié la bondad de tu persona, disfruté cada minuto que nos regalaba Cronos, se rompía el hechizo en ti. Eras más humano de lo que imaginabas. Y yo solo pude acertar que, tú ya existías en mí antes que todo fuese.

Ruth Martínez Meráz ***

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