10.7.14

Noches bohemias


Mateo era un vago como unos tantos, solía escaparse de casa durante el día a pesar de la bienvenida de regaños que a su regreso le propagaba su huraña madre a quien todos decían Katita de cariño; a su ver, Mateo pensaba que el nombre no le venía a su madre, “Katita”, demasiado meloso – sonreía con sarcasmo-. A Mateo le encantaban las noches bohemias, se perdía en los callejones solo o compañado, tarareaba al son de las trovas que amenizaban esos momentos de ensueño; recargado sobre un muro, sentado sobre alguna barda, qué más daba!, hechizado por el fuego en vigilias de invierno, los aromas alcanzados por las chimeneas cercanas de las cafeterías, sólo deseaba una cosa: escuchar el recitar de aquel hombre que puntualmente recorría a las 11:00 pm, por aquella calle paralela al callejón número 4, donde todos los jueves ansioso esperaba él, el sonido grave que reproducía poemas de Bécquer y otras de Benedetti: cómo podría un vago como él tener gusto por el arte? - se cuestionaba Segismundo –  quien observaba cada jueves la escena por la ventana de la casa de los señores Garza de la O que daba al mismo callejón; Segismundo era tenido por un viejo sabio, cascarrabias, pero muy sabio; quien había venido curioseando desde hace tiempo la actitud de Mateo, pues era a su parecer Mateo, la viva imagen de un holgazán y bueno para nada, o es que acaso se habría vuelto un prejuicioso? – reflexionaba para sí -. Mateo por su parte, ni por enterado se daba de los mil y uno cuestionamientos de Segismundo, él cuando no estaba los jueves por la noche en el callejón número 4 para esperar aquél bohemio poeta, recorría las calles de su ciudad solo o acompañado en busca de aventuras propias de la edad, o no tan propias como decía su madre Katita, pues si la hubiera oído Segismundo, éste habría confirmado sus sospechas: Mateo era un holgazán; pero qué se podía esperar Katita, por más castigos que le imponía al rebelde Mateo, éste terminaba siempre en la calle vagueando, solo o acompañado; llegó el jueves tan esperado como siempre por Mateo, quien ya se encontraba sentado en la barda del callejón número 4, era en punto de las 11:00 pm, la grave voz del bohemio no se hacía escuchar, las 12:00 pm., la 1:00 am, Mateo se entretenía viendo las estrellas, descubriendo formas entre ellas, imaginando cómo sería pisar la luna…de pronto, vio al hombre de la voz grave, sólo que esta vez, venía con paso zigzagueante y callado, muy callado; y su recitar, y los poemas? Se dañaría la garganta? – Impaciente Mateo trataba de abordarlo -, el hombre viendo la intención de Mateo, meneó la mano de forma amenazante, al momento que exclamó “Pinche gato, déjame caminar!”; del otro lado del callejón por la ventana de siempre, Segismundo el búho, inmutable observaba.

Ruth Martínez Meráz ***

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